viernes, 11 de mayo de 2012

Texto de apoyo Unidad III B y C


La pedagogía crítica y la teoría de la resistencia. Premisas para pensar la educación desde la transformación social

Las teorías reproductivistas y funcionalistas coincidían en desahuciar la educación como instancia de transformación social. Para la primera porque no concebía salida alguna al dispositivo de hierro de la violencia simbólica y al principio de correspondencia con la acumulación capitalista y la división clasista del trabajo. Para la segunda simplemente porque la educación debía mejorar el orden social existente para fortalecerlo.

La educación quedaba ajena al debate de los ’70 sobre la revolución, el socialismo y el cambio social. De esta forma la educación debía ser “liberada desde afuera” por los movimientos revolucionarios.

La excepcional contribución del pensamiento de Paulo Freire, derivada de sus experiencias como educador de adultos y educador popular,  abrió todo un terreno de nuevas perspectivas para pensar la educación como práctica liberadora inscripta en un proceso de emancipación colectiva.

Freire rompe de manera radical con la idea pedagógica clásica de la relación entre alguien que sabe con alguien que no sabe (o como diría Bourdieu, que ni siquiera “sabe que no sabe”). Freire denuncia a este postulado clásico como el punto de partida de la “pedagogía del oprimido”. Pero no toda pedagogía parte necesariamente de la opresión. Dice Freire que la lógica de la opresión fija al oprimido a una posición de objeto pasivo, inanimado (falto de alma propia), puro producto del opresor quien dispone de él negándole toda libertad y conocimiento. El oprimido es lo que el opresor dice que es (recordar las teorías del etiquetado que resuenan en esta frase). 

El dispositivo perverso del opresor supone que es éste quien siempre tiene las soluciones a los problemas del oprimido, a tal punto que en un extremo es el opresor quien se presenta como liberador del oprimido. 

Freire se va a proponer pensar una pedagogía elaborada con el oprimido y no para el oprimido, evitando reproducir la lógica de la pedagogía opresiva. En Freire el encuentro verdaderamente educativo se restituye como un encuentro social entre hombres a los que se reconocen saberes, sentimientos y pensamientos propios.

Pero justamente, el trabajo de la opresión había sido enajenar, separar al oprimido de su propio ser, por lo que el trabajo pedagógico necesariamente parte de un reencuentro con las propias potencialidades. El opresor niega toda capacidad auténticamente propia en el oprimido y trata de privarlo de toda autoestima y de toda confianza en sí mismo, además de convencerlo en la omnipotencia omnisapiente del opresor.

Así la pedagogía freireana busca reintroducir la educación como forma de emergencia de un sujeto con propias capacidades, como forma necesaria de superación de la cosificación a la que nos somete la opresión. La conciencia de las propias necesidades, deseos y capacidades, la confianza en las propias fuerzas y la posibilidad de compartir deseos, confianza y capacidades es la base de la pedagogía liberadora.

Freire asume las dificultades amargas de este camino: el oprimido es dual, tiene al opresor dentro de sí como modelo, su manera de ser hombre es un renegar de sí y parecerse al opresor al cual, no pocas veces, se le asignan mágicamente poderes de invulnerabilidad. El fatalismo es una fuerza antipedagógica opresiva a la cual no hay que temer enfrentar con la esperanza y la fe. En esto Freire se inspira en el pensamiento de Mao Tse Tung  “gran timonel” de la Revolución China: el revolucionario debe tener paciencia,  confiar y tener fe en las masas;  debe estar atento a sus necesidades y deseos (y no a las necesidades y deseos propios); los revolucionarios aprenden de y con las masas, y ningún cambio se obtiene obligando a las masas a sostener algo que no quieren o sometiéndolas a un esfuerzo que no están convencidas de asumir.  No es en las ideas o en minorías intelectuales de donde surgen las fuerzas que impulsan los cambios, sino que siempre surgen y son creaciones de la actividad y la reflexión de las masas.

Freire modifica de manera ostensible el significado de “liberación”: solo puede ser concebida como producto propio. No hay liberación que no surja de la propia praxis que combina la reflexión y la acción compartida. “Nadie libera a nadie, nadie se libera solo, nos liberamos entre todos”. Esto significa que la liberación es un proceso,  una construcción colectiva, y no una receta intelectual o una imposición de los revolucionarios a unas masas inermes y eternamente confundidas.

De la misma manera, la educación se concibe como una praxis liberadora en donde la dialogicidad es un elemento central: si todos tienen un saber, educarse significa un compartir/elaborar saberes en común. En la educación liberadora no hay lugar para la arrogancia, ni la autosuficiencia. La humildad y la confianza son sus articuladores principales.

La metodología de educación popular en Freire parte de revalorizar el punto de vista de los sujetos acerca de sus condiciones de vida, incluso para el aprendizaje de la lectura y el cálculo. Las primeras palabras que escribían no eran las más fáciles “mamá, papá, oso”, etc. sino las más cargadas de sentido para sus vidas: tierra, agua, patrón, en el caso de los campesinos, por ejemplo.  La paciente problematización a través del diálogo, la recuperación de sus propios saberes, la contextualización de palabras, ideas y sentimientos, y las oportunidades a la reflexión colectiva que brindan los “temas generadores”, “las situaciones límites”, “los actos límites” y la exploración de “lo inédito viable” son  importantes pistas para los educadores críticos y transformadores de hoy. 

El texto de Ranciére sobre los “experimentos” del profesor Jacotot buscan al igual que Freire un horizonte para prácticas pedagógicas “emancipadoras”. Esta suerte de absurda y genial pedagogía “a ciegas” comienza por afirmar que es posible aprender lo que ni el maestro y ni el alumno saben. La sorpresa se convierte en pánico cuando  incluso es posible enseñar lo que uno no sabe. Y el pánico se convierte en una lucidez oscura cuando se concluye que la mejor manera de enseñar es aprender.

Acicateado por una voluntad radical de reconocer e incluso de partir inevitablemente de la libertad y el pensamiento humano como fundamento de todo aprendizaje real, Jocotot encuentra que “solo se puede aprender algo si nadie nos lo enseña”. Situando la pedagogía en el prodigio de la mente humana autónoma basada en sus propias fuerzas, un padre analfabeto podría alfabetizar a sus hijos. O mejor dicho, confiando en sus propias potencias intelectivas padres e hijos podrían alfabetizarse.

En Jocotot aparece una suerte optimismo pedagógico salvaje y radical que deriva en una suerte de utopía autoconstructivista por la cual aprender en realidad es procurarse por sí mismo y para sí mismo un saber sobre el mundo. En cierta medida todo aprendizaje real, genuino está condenado a ser “creación”, es decir, a superar el estado de “trasmisión”.

Las ideas freireanas han dado fundamento a toda una nueva forma de ver y experimentar la educación. En los ‘70 y ‘80 en EEUU, particularmente un conjunto de intelectuales y pedagogos críticos de formación neomarxista han retomado sus ideas dándole nuevos bríos a la concepción de la educación como práctica transformadora. Incorporaban diversos elementos de los nuevos desarrollos del marxismo europeo, y de la llamada nueva sociología de la educación influenciada por el interaccionismo simbólico y la fenomenología.

Fue particularmente fuerte la influencia de las  ideas de hegemonía introducidas por Antonio Gramsci,  y la de alienación proveniente de la llamada Escuela de Frankfurt, en la cual los marxistas alemanes (Adorno, Horkheimer, Marcuse) habían profundizado hasta qué punto el capitalismo moldea la cultura y la subjetividad, hasta qué punto la alienación de la conciencia y la propagación del consentimiento y el sometimiento penetran en la vida social e individual en el capitalismo avanzado, y hasta qué punto las fuerzas de transformación anidan en el deseo y las necesidades reprimidas. En estos planteos surge con fuerza una renovada confianza en la potencia emancipadora de los sujetos y su liberación a través de las prácticas educativas.

En Henry Giroux  vemos la emergencia de una teoría de la resistencia que complejiza de manera productiva tanto los aportes de  los neomarxistas alemanes como de la pedagogía freireana.  Giroux parte de la idea de “agenciamiento” o capacidad de intervención humana: la dominación nunca es una simple imposición externa sobre los sujetos, sino un proceso complejo que lo involucra internamente, por lo cual el poder siempre cuenta con un cierto grado de “complicidad” subjetiva o aceptación activa. Pero esta noción crítica de agenciamiento implica también que los sujetos siempre se resisten,  rechazan o intentan sustraerse en algún punto al poder. De manera semejante, toda forma de dominación presupone alguna resistencia. Poder y resistencia son términos entonces correlativos. Estudiar al poder sin las formas de resistencia es en vano. Justamente el poder reside en sobreponerse a las resistencias. Estudiar las resistencias en abstracto como acciones heroicas de oposición, sin asociarlas a las formas del poder y las contradicciones del mismo que las permiten o fomentan, también es hacer caer en un fetichismo individualista del “hombre” contra el “sistema”. Poder y resistencia deben abordarse en su dinamismo: sus contradicciones y sus complementariedades.

Todos los sujetos son agentes: pueden mediatizar, experimentar e interpretar las propias condiciones de su explotación y dominación. No necesariamente aceptan o creen en las interpretaciones y significaciones impuestas por el poder. Por ello, el mundo simbólico y cultural del oprimido brinda importantes elementos sobre los que cimentar las prácticas pedagógicas críticas y emancipadoras. Es en las tradiciones, estilos, lenguajes, creencias, necesidades y deseos  de los oprimidos que encontramos las “materias primas” de la acción pedagógica alternativa.

Además para estas teorías, el capitalismo lejos de ser un sistema monolítico de acumulación y dominación, está carcomido por contradicciones e incongruencias. El carácter social de la producción se da de patadas con la apropiación privada, la ciudadanía democrática y el mercado de consumo nos colocan como libres, pero las burocracias y la empresa nos someten a una disciplina estricta, la escuela profesa un igualitarismo en el discurso, pero internamente está estructurada sobre la base de una autoridad pedagógica rígida y una meritocracia que reproduce las diferencias sociales, etc. 

En los intersticios de estos desacoples y grietas se desarrolla el agenciamiento de los sujetos y sus formas de resistencia al tiempo que sobre ellos se ejerce el poder.
Las formas de resistencia nunca se dan de manera obvia y pura, sino como rastros, indicios, significados subyacentes y velados. La educación se desenvuelve ante ellos como un intento de reprimirlos, destruirlos, desarticularlos o adaptarlos y asimilarlos al orden social y cultural, o como un intento liberador de precisarlos, desarrollarlos y expandirlos individual y colectivamente, extrayendo de ellos sus sentidos cuestionadores y contrahegemónicos.

La gran pregunta de toda pedagogía liberadora es ¿cómo se desarrolla colectivamente una cultura de oposición?. Esto implica una suerte de “lucha por el significado” de situaciones, normas, conocimientos, saberes, deseos y necesidades, etc.

Al igual que Freire,  la teoría de la resistencia no obvia la complejidad de todo acto de resistencia, ya que el poder no desaparece de él: nunca es un acto puro, redentor,  siempre supone alguna relación de acomodación o de reproducción del poder. Por ello la reflexión sobre la acción y el trabajo colectivo y dialógico son imprescindibles. Muchas acciones de oposición o sabotaje contra la escuela o los docentes, quizás signifiquen resistencias muy fuertes en un nivel pero a costa de reproducir nuevas relaciones de dominación en otro nivel (el caso estudiado por Willis de la banda de los “socios” en un secundario que hacían la vida imposible a los profesores y rechazaban las hipocresías de la cultura escolar pero reproducían su lugar de subordinados por su valoración del trabajo manual contra el intelectual considerado afeminado, los consumos comerciales,  machismo y  racismo, etc.).  

Entre poder y resistencia se extiende una compleja dialéctica: tanto la resistencia trata de burlar al poder como el poder trata de anular o asimilar y adaptar la resistencia.  
Por ello, la pedagogía liberadora debe estar atenta al desarrollo teórico y práctico de formas colectivas de oposición y cuestionamiento no solo a los ordenes educativos inmediatos (la clase escolar, la institución, la burocracia administrativa estatal, etc.) sino también a los parámetros del orden social en su conjunto (la propiedad y la distribución de la riqueza, el poder y el conocimiento, las relaciones entre sexos, generaciones y razas, relaciones entre naciones, guerras, etc.). La pedagogía emancipatoria entendida como una forma de liberar el potencial de sensibilidad, imaginación y razón a nivel tanto subjetivo como objetivo,  necesariamente es político-práctica y colectiva, no puede ser reducida a discurso ni tampoco a un refinamiento ideológico o intelectual puramente individual. 

El papel del maestro en esta corriente del pensamiento sobre la educación está muy bien desarrollado por Aronowitz y Giroux: el docente ha estado sometido a un proceso de proletarización, despojándolo progresivamente de su autonomía y capacidad de acción propia y relegándolo a mero brazo “ejecutor” de una burocracia de expertos, en un intento de anular toda potencialidad emancipadora del trabajo docente.

La pedagogía crítica busca restituir la capacidad de elaborar reflexión y experiencia propia por parte del maestro: capacidad de contextualizar, reinterpretar, criticar y oponerse a contenidos y prácticas. Esto lleva a la noción del docente como “intelectual transformador” que intenta acoplarse a las fuerzas colectivas de la emancipación tanto dentro como fuera del sistema educativo, canalizando las formas de resistencia y siendo capaz de inscribir en ellas su práctica individual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario