Las relaciones promiscuas entre economía y educación
Dentro de la investigación económica, el papel de la
educación ha dado una especie de giro copernicano desde mediados de los años
’60. Hasta ese momento, la economía dominante
se mostraba relativamente indiferente ante los problemas educativos. La
gran expansión educativa producto de las generaciones jóvenes en Europa y EEUU
(baby boomers) que crecieron aceleradamente después de la II Guerra, era encarada
con un enfoque predominante de gasto o costo presupuestario y fiscal. Así, las
necesidades educativas eran tomadas como una variable demográfica y una
necesidad cultural que se imponía a la economía desde fuera de la misma. El problema se reducía entonces a cómo y
quienes debían poner cuantos recursos para satisfacer estas novedosas demandas
y necesidades.
Para algunos, era antieconómico financiar infinitamente las
expectativas educativas crecientes de la población, para otros (en europa) era
el Estado de Bienestar quien tenía que aumentar los recursos fiscales para
proveer servicios educativos universales, y para los americanos eran los
particulares los que debían enfrentar el grueso de la carga de estas
expectativas.
De la mano de algunos investigadores que aplicaron los
métodos de la economía neoclásica a principios de los ‘60, tratando la
educación como un bien mercantilizado aparece por primera vez la idea del
significado puramente económico de la formación educactiva de la población.
En vez de aceptarse como un gasto generado por una necesidad fundamentalmente
extraeconómica, los economistas americanos (fundamentalmente Schultz y luego el
premio nobel Gary Becker) intentaron demostrar que lejos de constituir un
gasto, el incremento de los niveles de capacidades educativas de la población
era una “inversión” que tenía un importante recupero futuro y no un gasto o un
costo. Estos planteos abandonan la radical distinción fundante de toda la
teoría económica anterior a saber: que todo gasto puede ser por consumo o por
inversión rígidamente separados. Mientras los bienes de consumo producen
satisfacción de los hombres y sus necesidades y desaparecen con su uso, los bienes de inversión (máquinas, equipos,
tecnología) no producen satisfacción pero incrementan la capacidad o
rendimiento productivo. La educación que antes aparecía siempre como un
“consumo” que respondía a satisfacer necesidades y demandas de los hombres,
ahora aparece también como “inversión” ya que incrementa las capacidades
productivas, la eficiencia de la
economía, y junto con ellas mejora los rendimientos y los ingresos tanto
individuales como del conjunto de la sociedad.
Para enfrentar tradiciones teóricas muy arraigadas apelaron
a una denominación francamente (es un juicio personal) “espeluznante”: la
teoría del “Capital Humano”. Para ellos, los gastos en todas aquellas cosas que
aumenten la capacidad y el rendimiento productivo esperado de una persona o de
una población deben ser tratados como “capital”.
Desde ya el Capital humano no se restringe a la educación,
aunque en la divulgación y popularización de la teoría así haya quedado
arraigado. La salud (que abarca hasta una alimentación adecuada), y los costos
de movilidad de la fuerza de trabajo (facilidades de migración), la
capacitación en el empleo, son considerados factores importantes de acumulación
de capital humano. Según Schultz, que analizó diversos países de Europa y Asia
en comparación con EEUU, el Capital humano constituye una variable explicativa
muy importante del crecimiento económico. Tanto o más gravitante que la
dotación de recursos naturales, o la inversión en capital físico. La educación
es descripta como un capital que mezcla la posibilidad de aumentar la capacidad
productiva con la satisfacción de necesidades culturales o simbólicas. El
análisis de la experiencia del extraordinario crecimiento de los países
llamados NICs (New Industrial Countries) en Asia (Malasia, Taiwan, Singapur,
Corea del Sur, y otros) quienes realizaron extraordinarias inversiones en la
infraestructura y en el crecimiento de los niveles educativos de la población,
parecía reforzar la idea de que efectivamente la dotación de capital educativo
era un vector importante para el desarrollo.
El primer problema de estas teorías en sus aplicaciones de
política económica era ¿quién debe invertir en educación o más ampliamente en
el capital humano?, ¿quién debe sufragar y correr los riesgos de sufragar los
gastos de la inversión toda vez que sus rendimientos no son inmediatos sino de
mediano y sobre todo largo plazo?.
Es claro que en una sociedad de libremercado capitalista, el
capital tiene que tener un rendimiento y el beneficiario de este rendimiento es
quien afronta los gastos y riesgos de invertir en él. Sin embargo, estos
economistas se encontraron con una brutal diferencia entre la inversión en una
máquina o una patente tecnológica y en capacitar o formar a los empleados:
mientras el rendimiento de la máquina estaba bajo su control, el rendimiento
adicional de la persona quedaba bajo control de la persona, no podía ser
apropiado. En efecto, a diferencia del capital físico que está sujeto a las
leyes de la propiedad y el mercado, el capital humano y educativo es una
propiedad intransferible del beneficiario: la capacitación que el capitalista
paga puede ser aprovechada por otro capitalista que tiente al trabajador
calificado a dejar la empresa que lo capacitó.
El capital humano en el mejor de los casos puede “alquilarse” pero nunca
comprarse o venderse. Así, la primera consecuencia es que no va a haber
inversión de los capitalistas en capital humano porque no hay seguridades sobre
su control. Sólo los particulares interesados y los gobiernos que piensan no en
una rentabilidad particular sino en un beneficio general pueden ser interesados
en invertir en capital humano.
Así, como verán en el texto de Hammermesh y Rees, la
inversión privada en capital educativo es la que realizan las mismas personas
particulares. Esta inversión es de dos clases: por un lado y menos importante
es la inversión en los costos directos de estudiar (matrículas, viáticos,
apuntes, etc.). Está demostrado que los costos directos de estudiar no son
determinantes en la decisión de terminar o no un nivel educativo. Por otro lado y más importante es lo que
dejan de percibir por estudiar en vez de trabajar por un salario. Este último
componente de la inversión educativa individual se denomina “costo de
oportunidad”.
La investigación económica y las estadísticas demuestran que
esta inversión es rentable para los individuos: con las nuevas calificaciones y
acreditaciones educativas obtenidas las diferencias de ingresos futuros son
mayores y compensan de manera visible el gasto de inversión realizado tanto
directo como el de “costo de oportunidad”. Así, las remuneraciones de los
niveles educativos más altos son también más altas y los mayores títulos
permiten acceder a los mejores empleos.
La inversión individual en educación tiene entonces una
“tasa interna de retorno”, es decir, un beneficio que se obtiene merced a una
inserción laboral y diferencias de ingresos atribuibles a los mayores niveles
educativos obtenidos.
Como mencioné antes, también hay un interés colectivo en la
inversión educativa. Los gobiernos son interesados en invertir en educación por
lo que se llama el retorno o rendimiento social de la educación: aumenta la
competitividad global de la economía, se atrae mayor inversión productiva,
aumenta la integración social, se disminuyen la desigualdad, etc.
En la década del ’90 estas teorías conocieron una difusión
extraordinaria hasta incorporarse al lenguaje político y cotidiano. Con el
advenimiento y generalización de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación, y la apertura de nuevos territorios científico tecnológicos
(biotecnología, nuevos materiales, genética, etc.) la enfatización en la
educación como fuerza fundamental del desarrollo resultaba irresistible.
El “capital humano” es uno de los fetiches de la
globalización. De la mano de la idea archidifundida de la “sociedad del
conocimiento y los servicios”, que ubicaban el saber técnico y la capacidad de
innovación como las fuerzas motrices novedosas del capitalismo global, la
educación se convirtió en la “vedette” de la política económica. Había que
incorporarse al mundo desarrollado, a la tecnología avanzada y explotar sus
posibilidades merced una política agresiva de mejoramiento cuantitativo y
cualitativo de la dotación de capital educativo de la población. Así todos los
países se embarcaron en todo tipo de reformas que apuntaban a preservar y
acrecentar el nivel del capital educativo de sus poblaciones. Como veremos más
adelante en las últimas unidades, A. Latina y la Argentina no fueron la
excepción.
Las críticas: el fin del mito
La teoría del capital humano está tan difundida hoy día que
se ha convertido casi en el sentido común de casi todo el mundo. Nada hay más
esperanzador que depositar en el esfuerzo individual y colectivo de mejora y
desarrollo intelectual como medio de obtener bienestar material.
Sin embargo, muchos importantes investigadores descubrieron
las falacias o serias limitaciones de esta teoría y sus fundamentos. Una de las
primeras fue la llamada teoría del “credencialismo” o la inflación de acreditaciones educativas
desarrollada por R. Dore quien no tuvo prurito en bautizarla “la enfermedad del
diploma”. El vertiginoso ritmo del cambio técnico y científico produce una permanente
obsolescencia de las calificaciones educativas conseguidas en el pasado con su
consiguiente devaluación y por tanto una predisposición permanente de la
población a evitarla aumentando permanentemente su capital educativo alcanzando
nuevas acreditaciones. El “credencialismo” implica la continua expansión de la
demanda de educación y la continua devaluación de los títulos y acreditaciones
anteriores, que limitan el retorno esperado de la inversión educativa. En la
medida que se masifican las ofertas de trabajadores con altas calificaciones,
aumenta la competencia entre ellos y se abaratan los salarios ofrecidos. La
obtención de las diferencias salariales cada vez requieren mayores inversiones
educativas por lo que solamente sectores más reducidos de la población pueden
afrontarlas, generando una tendencia a monopolizar los mejores empleos.
Más importante fueron los descubrimientos de M. Blaug,
respecto de la disparidad entre el rendimiento individual de la inversión
educativa (mejores remuneraciones) y el rendimiento social (supuesta mayor
productividad global). Blaug descubrió que es mentira que el incremento de
capital educativo de una población genere aumentos en la productividad y
competitividad social global de la misma. En efecto, en EEUU mismo el período
de auge de los niveles educativos superiores coincidieron con fases de
crecimiento débil o estancamiento en los indicadores de productividad y
competitividad de la economía. Una vez más el provecho individual no supone
provecho social. Blaug instaló como explicación la llamada teoría de las
“señales”: no es que los empleadores esperen que incorporando personal más
capacitado o educado aumenten su productividad y eficiencia productiva (cosa
que tampoco es nítida aun en estudios de empresas) sino que simplemente
utilizan los títulos alcanzados como signos de que el personal a incorporar
posee determinadas características como “constancia en el esfuerzo”,
“sometimiento a examenes”, “responsabilidad”, “capacidad de aprender”, etc. que
no necesariamente se relacionan con un aumento efectivo de rendimiento en la
tarea. Blaug investigó la cobertura de cargos gerenciales en algunas empresas y
comprobó que efectivamente los títulos tienen poco que ver con el rendimiento
efectivo en el trabajo, a pesar de lo cual las empresas los utilizan como
criterio importante de decisión al incorporar personal. En este sentido, las
conclusiones de Blaug son realmente pesimistas porque el crecimiento de las
acreditaciones de la población lo único que hace es introducir índices de
selectividad mayores favorables a quienes pudieron y tuvieron la posibilidad de realizar mayores inversiones
educativas, y ello sin beneficio tangible para el conjunto de la sociedad y del
funcionamiento productivo de la economía.
Por último se encuentran las críticas de orientación
marxista como la de M. Carnoy en el sentido de que la dinámica de acumulación
de capital es contradictoria y produce resultados con crisis recurrentes que
alcanzan a la valorización de las acreditaciones educativas. En este esquema explicativo, las crisis
cíclicas del capitalismo producen un sobreexceso de capital educativo y
calificaciones disponibles en la población. Contrariamente a lo que se cree el
capitalismo de libremercado está muy lejos de asignar de manera racional y
óptima los recursos educativos disponibles sino que los subutiliza de manera
recurrente. Carnoy descubre el fenómeno
de la “sobreeducación” en el sentido de que el capitalismo utiliza
sistemáticamente menos calificaciones que las disponibles en el mercado. Utilizando la terminología de otro
economista, L. Thurow, el fenómeno de la
sobreeducación, da lugar a lo que denominó “efecto fila” para explicar las
ventajas individuales de la acumulación de capital educativo: lejos de generar
empleo o mejorar los ingresos de la población, el aumento individual de las
acreditaciones educativas permite alterar el orden en la fila de desempleados:
siempre van a aumentar la probabilidad de conseguir empleo pero no por la
expectativa de aumentar el rendimiento productivo de la empresa sino
simplemente porque ante la posibilidad de elegir, la empresa elige a aquellos
que ofrecen mayor capital educativo aunque no vaya a ser utilizado en el
proceso de trabajo mismo. Es decir, el “efecto fila” supone que la inversión
educativa simplemente facilita la selección de personal de las empresas aún a
costa de subutilizarla. El ejemplo más obvio es el de las estaciones de
servicio o los servicios de delivery, mensajería, etc. que exigen secundario
completo para despachar combustible o manejar una moto. También es muy común
que empresas importantes exijan estudios universitarios para simples empleos
administrativos descualificados. En ninguno de estos casos, el aumento de las
calificaciones educativas implica mejoras en el rendimiento o productividad del
trabajo.
Economía y Educación en la Argentina. La
desocupación, los cambios en la
estructura social y sus relaciones con la educación.
Como es sabido, la crisis de la “matriz estadocéntrica” y
del capitalismo protegido de mediados de los ’70 (el llamado “rodrigazo” de
junio de 1975, fue el preaviso) fue llevando hacia fines de los ’80 a dos
procesos vinculados: la hiperinflación y el endeudamiento externo. Hasta ese
momento, la economía argentina se caracterizaba por un mercado de trabajo algo
estancado pero con bajas tasas de desocupación (4-5%) que era capaz de absorber
incluso un módico flujo de inmigración
de países limítrofes. Luego de etapas expansivas y oscilantes durante los 60 en
materia de salarios, con las políticas neoliberales ensayadas por la dictadura
militar, el salario real sufre una severa contracción, abriendo un tendencia
que no se revertiría con el retorno de la democracia en 1983. Especialmente
afectados resultaban los trabajadores industriales afectados además por un
proceso profundo de cierre de fábricas y precarización del trabajo, pero
también amplios sectores del empleo público como los docentes y los
trabajadores de la salud, empleados de las otrora poderosas empresas de
servicios públicos (ENTEL, YPF, Gas del Estado, O.Sanitarias, etc.).
La combinación de caídas de salarios con alta inflación dio
por tierra hacia fines de los ’80 con la visión de una fuerte clase media en la
argentina asociada, durante muchas décadas, en el imaginario colectivo con la
movilidad social ascendente, introduciendo en el vocabulario sociológico - en
cierta medida vulgarizado por los medios de comunicación - una nueva categoría social: “los nuevos
pobres” para diferenciarlos de los pobres estructurales. La nueva pobreza
aludía a una situación ciertamente atípica desde el punto de vista conceptual,
pero que las estadísticas de la
Encuesta de Hogares del INDEC venían mostrando cada vez más
frecuente: se refería a aquellas personas que teniendo un patrimonio, un estilo
de vida y unas calificaciones educativas medias o altas, carecían de ingresos
monetarios suficientes para superar la llamada línea de pobreza (es decir, el
gasto social del consumo mínimo en todos los rubros para una familia tipo de un
matrimonio con dos hijos uno en la escuela primaria, y otro en la secundaria).
Así, el nuevo pobre era alguien que habiendo obtenido por sí o por herencia un
cierto patrimonio (casa, auto, electrodomésticos, etc.), un cierto capital
educativo y simbólico (nivel educativo, capacitación profesional, cultural
general) y un cierto capital social
(redes de amigos, grupos de pertenencia, clubes, etc.) no lograba obtener
ingresos reales para afrontar los gastos corrientes de un estándar de vida
mínimo. El motivo más frecuente de esta situación de inconsistencia entre
capital social familiar acumulado e ingresos reales familiares era la pérdida
de la estabilidad en el empleo, y/o la degradación de los salarios de los jefes de hogar,
producto de la inflación y las crisis recesivas.
Así, los aumentos de la pobreza provenían tanto por la
ampliación de la pobreza estructural (los pobres por ingresos cuyo capital
social acumulado también es pobre) como de la movilidad social descendente de
varios segmentos de los estratos medios.
En la década del ’90, las políticas neoliberales al
principio exitosas en términos de estabilidad de precios y salarios, no
tardaron en agudizar los problemas del empleo. La desocupación aumentó mucho a
partir de 1993 cuando trepa al 9% y se hace francamente endémica y poco
manejable con la recesión que siguió a la crisis del “efecto Tequila” en 1995,
superando entonces el 18%. En la fase inicial exitosa del Plan de
Convertibilidad (1991-1994) la pérdida de puestos de trabajo por la llamada “reconversión industrial” y
sobre todo por el achicamiento del estado y las privatizaciones, fue compensado
por la expansión del sector de comercio, finanzas y servicios. Pero cuando la
crisis se generalizó terminó alcanzando
a casi todas las ramas y sectores de la economía.
Ahora bien, ¿cuál fue el comportamiento de la población en
materia educativa?: lejos de desanimarse por el desempleo, la precariedad
laboral y los bajos salarios, el esfuerzo educativo de la población se reforzó:
tanto los niveles medios, pero sobre todo la educación superior y universitaria
gozaron de un espectacular proceso de expansión. Como aparece detallado en mi
texto, las cantidades de ingresantes, cursantes y egresados, en la década del
’90 tienen un importante incremento que excede el crecimiento vegetativo de la
población.
Es interesante entonces el contraste con lo ocurrido en las
décadas del 50 y el 60 donde también se desarrollaron fuertes tendencias al
aumento de los niveles de instrucción formal de la población. Mientras que en aquellos
momentos la obtención de capital educativo se relacionaba con un mercado de
trabajo expansivo y mejores oportunidades de inserción laboral y salarios
(“efecto escalera” de ascenso social) ahora, en los ’90 el aumento del capital
educativo se vinculaba a evitar la pérdida de posiciones o un empeoramiento de
la situación sociocupacional (el “efecto paracaídas” que menciona Filmus).
La estructura social y ocupacional que dejaban las políticas
neoliberales no permitían aprovechar el enorme impulso educativo de la
población: no solamente se destruían empleos sino que tendían a destrurirse los
más calificados. Así la tasa de desocupación de los niveles educativos
superiores aunque más bajas que los niveles educativos inferiores, se
deterioraba a un ritmo mucho mayor, lo que significaba que los principales
damnificados en el mercado laboral bajo las nuevas condiciones eran los de
mayores niveles educativos. En efecto, la apertura de la economía había
ocasionado un proceso de importación de bienes de capital (equipamiento,
maquinaria, insumos, repuestos) de alto valor agregado, que destruyó los
puestos de trabajo locales de mayor nivel de calificación. El caso de los
ingenieros industriales fue algo típico de aquel momento, ahora por suerte se
está reviertiendo. Los sectores que más ganaban en los ’90, la exportación de
materias primas, y de bienes industriales de bajo nivel de valor agregado
(“comodities”) no generaban puestos de trabajo de alta calificación, por lo que
la sobreabundancia de oferta de profesionales terminó elevando su tasa de
desocupación a niveles insólitos (12 %) comparando internacionalmente. Ello
ocasionó entre el 2000 y el 2002 la avalancha de jóvenes en los consulados de
países europeos y EEUU para emigrar.
Es especialmente pertinente para interpretar estas
tendencias los fenómenos de sobreeducación (Carnoy) por los cuales no solamente
hay población altamente calificada que no consigue empleo (subutilización
absoluta de capital educativo) sino también que esta población consigue empleos
de bajos niveles de complejidad de la tarea y en condiciones precarias
(subutilización relativa del capital educativo). Es decir, producto de la sobreabundancia de
altos niveles educativos, los empleadores ocupan los escasos puestos de trabajo
que se generan aumentando la selectividad sobre los postulantes sobre la base
de criterios educativos que no están nada relacionados con la complejidad o
nivel de calificación de las tareas del puesto de trabajo. Ello genera, el
llamado “efecto fila” ya explicado en la clase anterior: los títulos más altos
no sirven para conseguir empleos adecuados en términos de calificación
profesional del puesto, sino solo para
aumentar las chances de acceder a empleos no calificados o poco calificados, en
condiciones precarias y con bajos niveles de ingresos.
En estas condiciones se genera un círculo vicioso
autodestructivo: la desesperación por evitar perder posiciones en el mercado
laboral lleva a la gente a aumentar su esfuerzo en obtener capital educativo,
lo que lleva a aumentar el nivel de selectividad del mercado laboral, lo que
aumenta de nuevo la propensión a incrementar el nivel educativo. Por supuesto,
finalmente aquellos que no pueden sostener el esfuerzo de inversión en aumento
del capital educativo (los más pobres) son los grandes perdedores de esta
espiral autodestructiva, puesto que son desplazados del mercado de trabajo por
los más educados, aún cuando los puestos de trabajo no exijan elevados niveles
de calificación y educación.
Con el crecimiento de la economía desde fines del 2002 y el
cambio de políticas económicas, el incremento de la protección sobre la
producción local, el aumento del gasto público y la inversión pública, se han
mejorado ostensiblemente los niveles de empleo. Justamente los primeros beneficiados
en la expansión del empleo y creación de nuevos puestos de trabajo son los más
calificados. Por lo que la tasa de desocupación del nivel de educación superior
y universitaria descendió abruptamente al mismo tiempo que mejoraron los
ingresos y salarios.
Sin embargo, hay que advertir que estas tendencias positivas
tienen bases ciertamente endebles o al menos transitorias: el alto precio de
las materias primas exportables (soja y petróleo) que posibilitan un elevado
superávit fiscal y bajas tasas de interés internacionales que desestimulan la
fuga de capitales y atraen la inversión. Hay que recordar, que el desarrollo
industrial y por tanto el impulso de
base para la expansión del empleo, históricamente en la Argentina consume y no
produce divisas (U$$) y por tanto depende en gran medida de la buena situación
de los mercados internacionales para nuestros productos. Por ello se ha llamado
a nuestro proceso de industrialización como “dependiente” tanto del
financiamiento externo que requiere como de la tecnología que mayoritariamente
utiliza.
Educación y desigualdad social: la educación y sus efectos
clasistas, sexistas, racistas
Como indica el sentido común y la
historia de la educación pública estatal de masas sobre todo en Europa, las
instituciones educativas tuvieron un fuerte impacto “integrador” de las masas
populares a fines del Siglo XIX y primeras décadas del XX. La “escuela” es el símbolo mismo de igualdad
ante el Estado y de compartir un imaginario, un territorio, valores, un destino
y un patrimonio simbólico común. Sin embargo, visto detenidamente el proceso de
“integración” de las masas populares a los Estados nacionales, tenemos que la
“escuela” compartía tan excelsa misión con otras instituciones como “el
Ejército” y la burocracia administrativa de control y vigilancia sobre la
población.
La escuela integra las clases populares al naciente
Estado Nación, pero a costa de desintegrarlas de las culturas locales, de las
identidades del terruño, de los grupos de referencia de las clases populares,
de las Iglesias y credos, del dominio de las clases tradicionales, cambiando
las costumbres arraigadas, “modernizando” las relaciones sociales ahora
fuertemente mercantilizadas, imponiendo normas anónimas e impersonales, y por
supuesto enseña a sentirse parte de algo novedoso pero prometedor: el Estado
que brinda seguridad y protección. Es decir, en su nacimiento mismo, la escuela
nace integrando y desintegrando simultáneamente.
La igualdad ante la Ley del estado implica un
doble dispositivo de legitimación de desigualdades: la ley igual para todos (es
evidente que un mismo criterio aplicado a situaciones distintas tendrá efectos
distintos) y todos iguales ante la ley (es evidente que solamente somos iguales
ante la ley y no ante cualquier otra cuestión).
La lógica del estado y su ley racional en realidad parece destinada a
procesar las desigualdades de manera de legitimarlas en un orden formalmente
igualitario.
La lógica de la escuela universal (el derecho a la
educación) del estado puede ser analizada de forma semejante: todos son iguales
ante los exámenes (el maestro, los programas, etc.) y los exámenes (el maestro, los programas,
etc.) son iguales para todos.
Como bien habían descubierto los
reproductivistas, la educación consistía en un dispositivo que convertía las
diferencias sociales en diferencias escolares individuales. La igualdad de
trato supone que las diferencias de rendimiento deben ser explicadas por los
méritos y capacidades de los sujetos y así pueden finalmente ser sancionadas y
legitimadas.
Según esto, la escuela tal como la conocemos
funciona como un dispositivo de desigualación entre individuos según algo que
se llama hoy día “rendimiento”, que se plasma en una diferenciación social
institucionalizada en lo que Bourdieu llama capital cultural acreditado
(títulos).
A lo largo de más de 50 años la
sociología de la educación se ha abocado a desentrañar los infinitos aspectos y
dimensiones de los efectos diferenciadores, discriminadores, marginadores, de
la escuela. Desde los viejos trabajos
sobre escuelas de negros y blancos en EEUU, hasta las formas más sofisticadas
de análisis clasista de los códigos linguísticos, de diferencias sexistas y raciales
en la relación docente-alumno, etc. la escuela ha sido “exprimida” por los
investigadores hasta largar el último de sus secretos.
La bibliografía disponible es enorme y aunque a
partir de los ’90 de la mano de la importancia de la educación y la “sociedad
del conocimiento” el tema fue quedando postergado en las agendas de los
investigadores, los textos de la bibliografía pueden considerarse como algunas
de las contribuciones clásicas.
La gigantesca macroproblemática de
la educación y la desigualdad social abarca una gama de dimensiones que por su
extensión no podría siquiera ser listada en esta clase: voy a agruparlas en dos
grandes rubros de análisis.
1)
Las llamadas condiciones exógenas o contextuales y socioinstitucionales
de impartición de conocimientos: se sabe que la distribución geográfica, de
recursos económicos, institucionales, edilicios y de equipamiento, capacitación
del personal docente, normas y reglamentos, estilos de gestión y manejo de
autoridad, disciplina, estrategias de relación con el entorno, etc. tienen influencia
e impactos sobre la reproducción de las diferencias sociales. En la percepción
usual son captadas como “escuelas de negros”, “escuelas de villa”, “escuelas
populares”, “escuelas céntricas”, “escuelas de mujeres” (que aún quedan en
muchos lugares), “escuelas de inmigrantes”, etc. en cualquier lugar del mundo.
En el texto de Filmus sobre el nivel medio se pueden ver muchos elementos de
este tipo de efecto diferenciador de la escuela. El texto de Parkin muestra la
importancia de las barreras o mecanismos de “cierre” social de los espacios o
instituciones sociales “privilegiadas”: a ninguna escuela céntrica ni a los
padres que allí envían a sus hijos les gusta que la escuela “se llene de
pobres”, “inmigrantes”, etc. Este texto muestra algo muy importante también:
que las acreditaciones educativas (supuestamente logradas en una institución
igualitaria) son una de las bases fundamentales o más frecuentes de la
monopolización de accesos o protecciones (los colegios profesionales, los
títulos para el ejercicio profesional, etc.). Es decir, la educación es una
base importante para legitimar diversas formas de “cierre social”.
2) Las condiciones endógenas del
proceso educativo o pedagógico instruccional mismo: los programas explícitos o
implícitos, el lenguaje y las didácticas del docente, los textos y material
didáctico utilizado, la disposición espacial y temporal de la comunicación
pedagógica, las formas de controlar y evaluar los aprendizajes, los
conocimientos movilizados en los alumnos, las operaciones mentales requeridas y
estimuladas o inhibidas, las rutinas de enseñanza, etc. han sido estudiadas como generadoras de
diferenciación social. Los textos de
Anyon y de Bernstein claramente estudian cómo existe una suerte de clasismo
implícito en la pedagogía. Anyon muestra cómo cambian los contenidos,
actividades, actitudes del maestro, etc. de acuerdo al origen social de los
alumnos (trabajadores, clase media, profesionales, ejecutivos) en diversas
escuelas. Bernstein (uno de los grandes sociólogos contemporáneos en este
campo) muestra la notable profundidad de la penetración de la diferenciación
clasista a través de la pedagogía escolar:
el lenguaje está estructurado de manera clasista y la escuela tiende a
desconocer un código en función del otro.
Sobre el texto de Bernstein es importante que retengan las nociones de
Principios de Clasificación y de Enmarcamiento y de Códigos Amplios y
Restringidos.
Muchos estudios combinan ambos rubros de análisis,
esto es más común cuando los efectos diferenciadores que se proponen estudiar
se refieren al “género”. El trabajo de Kelly y Nihlen sobre el patriarcado es
de esta especie: muestra desde la infrarrepresentación de las mujeres en los
puestos de dirección de las escuelas y sistemas educativos, hasta los patrones de
contratación laboral que privilegian la doble carga doméstica y docente.
Muestra también el patrón de género de la elección de materias (ciencias duras para los hombres y
“blandas” para las mujeres), en los textos escolares, y también la inculcación
de pasividad, prolijidad, y las exigencias diferenciadas del docente para
varones y nenas.
TRABAJO PRACTICO
Elija 1.-
1) Dentro de mi entorno familiar puedo ver que en cuanto a la inversión en capital educativo, tanto mi padre como mi madre (nacidos en la década del ´60) se propusieron terminar la escuela secundaria y ese fue el requisito necesario para insertarse en el mercado laboral, y en el caso de mi madre acceder a un empleo administrativo en una empresa extranjera agroexportadora cerealera. Asimismo, mis suegros, personas mayores de 70 años, en quienes la poca inversión en capital educativo no significó un impedimento para ascender en la escala social. Uno de ellos, con primario incompleto logró con el correr de los años, comprar acciones en una farmacia y atender la misma con conocimientos propios de cualquier otro farmacéutico (trabajo que hoy en día se da a personas con estudios mínimamente secundarios y para tener una farmacia se requiere una inversión en capital humano, es decir, contar con la carrera de farmacéutico). Otro de ellos, con secundario incompleto logró trabajar parte de su vida como enfermero. Es decir, realizó un curso de enfermería en el cual no fue necesario tener el secundario terminado, como es hoy en día, dado que la carrera de enfermería es una carrera de nivel superior. Sin embargo, siendo heredera de la educación de la década del ´90, en el año 2000 época en la que terminé la escuela secundaria y quise proponerme una carrera a futuro (por decisión propia, por querer dedicarme a algo que me guste y satisfaga); mi madre me dijo que con la carrera de docente de nivel inicial me iba a morir de hambre, ya que los maestros no ganan nada. Esto tiene que ver con lo que plantea la teoría de capital humano, en la perspectiva de inversión educativa en espera del retorno económico a futuro. Mi madre y otras personas (que rodeaban mi entorno social, como por ejemplo mis amigas), cuestionaban mi decisión de seguir una carrera porque ésta no me iba a dar un retorno económico sustentable. En otras palabras, porque la inversión en capital humano de una carrera docente, no me redituaría un recurso económico considerable. Mis madre me decía: “tenés que seguir una carrera en la que ganes más plata: abogacía, economía. Si te gusta enseñar seguí profesorado de matemática que hay pocos, vas a encontrar trabajo y vas a ganar más, maestras jardineras hay muchas, no vas a conseguir trabajo y ganan poco”, mientras que mi padre me decía “deberías estudiar físico química o física cuántica, nadie estudia eso. Seguro que encontrarás trabajo”. Sin embargo, y gracias a mis convicciones, estudié la carrera que quise escuchando más a mis deseos y gustos, que lo que me retornaría económicamente a futuro.
ResponderEliminarNatalia Bustamante leg.: 21312
1)En relación a mi entorno familiar.
ResponderEliminarDurante la década del 90 mi hermano y yo nos encontrábamos en edad escolar (nivel primario) y lo que recuerdo es que mi papá siempre nos decía: "Aunque sea de basurero pero un título van a tener que tener". Claramente a mi hermano y a mi hermano eso nos quedó grabado porque estamos estudiando. Mi padre terminó el secundario y entró a trabajar en Techint, con poco conocimiento del tema pudo ir escalando en esa empresa. Mi madre se recibió de maestra especial.Durante los '80 mi papá pierde el trabajo, producto de su falta de "especialización". Mi madre, por otro lado, continuó sus estudios y en 1999 se recibe, también, de Profesora en ciegos y disminuidos visuales. Claramente la falta de estudios superiores en mi papá lo ubican en un puesto en donde, hoy, es difícil conseguir trabajo, aún siendo apto para ello.
Desde ya que estudios superiores no son garantía de seguridad y ascenso económico pero en mi caso, es probable que mi papá hubiera tenido más opciones laborales teniendo alguna capacitación sobre algo. Por mi lado, considero que si bien "el capital humano es una de los fetiche de la globalización" no podemos dejar de lado y tendiendo en cuenta nuestro contexto social- histórico y económico que un joven con el secundario terminado solamente, tiene menos probabilidades de conseguir un trabajo en comparación con otro que, quizás, esté comenzando estudios superiores.
Por otro lado, cuando mi hermano terminó el secundario comenzó a estudiar abogacía y mi mamá, obviamente, estaba orgullosa de aquella "elección". Tiempo después abandonó sus estudios universitarios y comenzó el profesorado en historia. Recuerdo a mi mamá tratando de convencer a mi hermano en esa decisión que, para ella, era errónea puesto que no tendría el mismo futuro económico. En cambio conmigo, nunca estuvo en desacuerdo ni hizo comentarios al respecto de mi elección de la carrera (Profesorado en Educación), lo cual también podría analizarse desde un punto de vista "sexista". Cuál sería la diferencia entre mi hermano y yo si ambos elegimos hacer un profesorado. Podría, mi hermano, haber terminado abogacía y ser un fracasado o un gran profesional corrupto y aún así mi madre seguir sintiendo el mismo orgullo..?
Lamentablemente, el mercado laboral exige que uno vaya adquiriendo conocimiento y acumulando títulos haciéndonos creer vamos a tener alguna "remuneración" a futuro, cuando en realidad la "remuneración" es individual.
Ana Belén Gómez Reyes. Leg 12.647
ResponderEliminarOpción 2
Al iniciar la década de los ’90, comencé a cursar el primer grado de la escuela primaria en un colegio confesional del distrito de Quilmes. Ese mismo año, el colegio que durante mucho tiempo había admitido solo a niños varones y había estado dirigido por los religiosos de la Congregación, se establecía como mixto; aún así, durante los primeros años siguieron siendo más numerosos los varones inscriptos que las mujeres. Las diferencias entre varones y mujeres eran muy notorias sobre todo por la legitimación de la primacía del director varón en la jerarquía, calificaciones, trato etc…
Durante el tercer año del secundario en el mismo colegio se dictaba la materia físico-química a cargo de una profesora. Ésta, durante sus clases comenzó a darle mayor prioridad a los aportes de mis compañeros varones, diciendo frases como “a ver…, escuchemos al compañero”, “miren lo que trajo el compañero”, o “chicas, esperen y escuchen” (en situaciones donde algunas compañeras levantaban la mano para opinar) o “¡escuchen chicas! como lo pensó (el compañero)”. Progresivamente, las chicas dejamos de levantar la mano ante alguna duda, pregunta o comentario y comenzamos a ocupar en las clases de físico-química, una posición subordinada ya que nuestro rendimiento académico era sistemáticamente devaluado. Una vez le llamamos la atención a la profesora por la significativas diferencias de rendimiento académico de los varones por sobre las mujeres en esa materia, obviamente reflejadas en las calificaciones, a lo que la docente respondió que “en general le iba mejor a los varones” porque “ellos tenían más conocimiento (de física y química) porque experimentaban con curiosidad desde chicos y eso les daba facilidad para comprender ciertos conceptos” a lo que un compañero aportó “claro, mientras ustedes jugaban con las muñecas…”.La física, nos hacían saber, era un tema masculino y los varones eran los únicos independientes, creativos, inteligentes. Es decir, se nos dejaba en claro a las mujeres que el saber en esa “escuela mixta” seguía siendo monopolizado por los varones.
Ese año, fuimos varías las que nos llevamos físico-química y yo finalmente les pedí a mis padres que me cambiaran de colegio, asegurándome que en el nuevo colegio no tuviese esa materia. No fue casual, que ese mismo año ya casi al finalizar el mismo, un grupo de compañeras armaron una bandita al que bautizaron como “las rulas”, escribían en los muros de alrededores de la escuela dejando su firma, algo que la escuela sancionaba negativamente, llamaban la atención poniendo por ejemplo bombitas de olor en el aula, fumando en el baño etc. Claro ejemplo de oposición a la jerarquía entre los géneros y a la sumisión de las niñas que tanto se pregonaba en la institución.
Hacia fines de la década del noventa terminé mis estudios secundarios. Eran tiempos muy difíciles por la desocupación que había en el país, profesionales que se transformaban en taxistas, vendedores o se iban del país, largas filas para buscar empleo en muchos lugares, recuerdo que el diario “El Sol” colocaba en la vereda los clasificados y un montón de personas se juntaban allí para ver a primera hora las ofertas de empleo. La verdad que fue duro terminar el secundario en ese entonces, al no tener experiencia ni estudios superiores si no tenías algún conocido que te “acomode” era poco probable que consigas trabajo. Para mí el futuro no era muy alentador. Comparto lo que decía Martín Carnoy , en el proceso que denominó “efecto fila”.
ResponderEliminarMi familia me alentó a que siga estudiando, pero para una carrera universitaria se necesitaba mucho dinero, así que realicé un terciario con la idea de ser preceptor, pero durante el desarrollo de mis prácticas descubrí que el trabajo de maestro comenzó a gustarme más que el de preceptor (conocía las tareas de este último porque mi hermano lo era).
En la época de mi abuelo la mayoría aprendía oficios que los iban adquiriendo de generaciones anteriores. Luego mis padres llegaron a segundo grado y mis suegros, un poco más jóvenes, terminaron la primaria. Pienso que antes había más estabilidad en los empleos, tal es así que mi papá se jubiló con 40 años de antigüedad como gastronómico y en los noventa los contratos no pasaban los tres meses. Es cierto que cada vez se necesitaba más años de escolaridad para conseguir trabajo.
La introducción de nuevas tecnologías cambiaron la organización de trabajo, en consecuencia a ello necesitaban trabajadores con nuevas competencias y mayor capacitación, desplazando a los anteriores. La persona que no se adaptaban a las nuevas exigencias quedaban afuera del sistema.
En cuanto a los efectos diferenciadores de la educación puedo contar desde mi experiencia personal como maestro de escuela primaria lo raro que fue para mis compañeros, directivos y padres encontrarse con un maestro de grado varón. La sociedad estaba acostumbrada a que ese rol era solo femenino, inclusive cuando estudié éramos 3 hombres entre 60 mujeres.
Enriquez Silvia
ResponderEliminarMis padres, Vivian en la provincia , en el campo y no tuvieron la posibilidad de seguir estudiando ambos terminaron solamente la primaria, para tener los conocimientos básicos al igual que mis abuelos y trabajar en el campo, o con pequeños almacenes que le permitía sobrevivir, pero nada mas, al cumplir 15 o 16 años viajaban a buenos aires a la casa de algún familiar para trabajar en casas o cama a dentro, en el caso de mi madre y con respecto a mi padre trabajo desde los 16 años en una empresa de neumáticos en la parte de producción, después de casi 25 años de trabajo al incorporar nuevas tecnologías, el sector de el cerro y fue despedido por la incorporación de las nuevas maquinarias y personal especializado o mejor dicho con títulos universitarios, que cobraban menos sueldos que las personas a las que remplazaban por su antigüedad en el puesto, a las empresas le convenía remplazarlos . Para nosotros el tema del estudio fue mas fácil ya que siempre nos inculco el tema de tener una educación para poder trabajar en diferentes sectores que no sean exclusivamente la de ser amas de casa, terminamos los estudios en la escuela publica, con un buen nivel de educación, ya que mis padres no podían pagarnos estudios privados, y al tener 18 años trabajamos para seguir estudiando hasta la actualidad. Somos tres hermanas, dos entrarían en el concepto de lo llamado efecto fila, ya que a pesar de tener títulos, para lo único que nos ha servido es para obtener mas chancees de conseguir trabajos, a comparación de otros que no tuvieron la oportunidad de estudiar, solo una puede ejercer su carrera ya que no es trabajo de dependencia.
En cuanto al tema de los roles asignados, puedo mencionar los roles o profesiones asignadas exclusivamente a las mujeres, por ejemplo cuando tenemos que hacernos algún estudio ginecológico como una mamografía o ecografía mamaria, siempre vamos a ser atendidas por mujeres, ya que es muy raro casi imposible que permitan a un técnico radiólogo, hacer la especialización en mamografía, ya que aun en la actualidad se sigue reflejando el sexismo cultural, entre lo femenino y lo masculino.
2)Considerando los efectos diferenciadores de la Educación, recuerdo la situación vivida como docente en la década del 90, cuando intentábamos armar en las escuelas el D.C.I (Diseño curricular institucional), en los que debían seleccionarse contenidos que se enunciaban en los C.B.C (contenidos básicos comunes) aprobados por el Consejo Federal de Cultura y Educación; pero donde con mucha extrañeza, considerábamos como “muy poco” los sugeridos por el director para los chicos de nuestra escuela.
ResponderEliminarEstando a cargo de primer grado, en la Escuela Primaria N° 64 de San Francisco Solano y cerca de finalizar el año escolar, junto a mi compañera (también docente de primer grado) fuimos a Dirección a presentar lo que por entonces eran nuestras “expectativas de logro”(que también debían definirse a nivel institucional) para fundamentar la promoción de los chicos de primero que en su mayoría estaban alfabetizados, y allí fuimos informadas de que las expectativas para primero eran saber las vocales y las generadoras de las letras: m, p y s (en cuanto a lengua) y los n° del 0 al 99. También nos informaron que al año siguiente volveríamos a tener primer grado y no segundo (como lo habíamos solicitado) porque las maestras con mayor puntaje y antigüedad querían y ya sabían trabajar en los segundos de esa escuela.
Es decir cada escuela tenía su D.C.I , siguiendo las orientaciones del neoliberalismo que reforzaba la desigualdad social, porque había D.C. I para escuelas” marginales” o “periféricas” o “de bolivianos”, etc. En esa escuela no lo habíamos respetado, habíamos enseñado algo más.
Lo más lamentable es que aún hoy, cuando contamos con otra política educativa, con NAP (núcleos de aprendizajes prioritarios) a nivel Nación con la intención de dejar claro “lo que todos los chicos tienen derecho a aprender”, haya docentes que ocupan cargos de conducción o no , que conservan en su imaginario la idea de que lo que enseñen dependerá de para quién es.
Noemí Pregliasco
Banegas Jesica
ResponderEliminarRespecto a las decisiones de capital educativo, pude observar que en la década de 90 mis padres nos daban la opción a mis hermanos más grandes de seguir estudiando (en la secundaria) o trabajar. Mis hermanos mas grandes decidieron trabajar, si bien ellos consiguieron trabajo, ya se percibía la necesidad de seguir estudiando para poder acceder a un trabajo. A medida que íbamos finalizando el polimodal (2001) se podía observar que era necesario un titulo superior y en plena crisis económica se podía notar que ni siquiera era suficiente para desempeñarse en una profesión. En aquellos años se escuchaba, “para qué vas a estudiar si vas a terminar trabajando de repositor o remisero”. Entonces, de aquí, la necesidad de acumular títulos para evitar el empeoramiento de la situación laboral (“efecto paracaídas”). A diferencia de otras épocas mi padre que con solo la primaria (hasta 6 to grado) consiguió trabajo y pudo construir su casa, con tan solo ese grado de instrucción. Paradójicamente, en la actualidad, mis hermanos que solo tienen estudios primarios son los que mantuvieron sus empleos y los que tenemos al menos una instrucción secundaria los empleos son mas inestables, incluso sin relación a lo estudiado.
Con respecto a las decisiones tomadas por mis padres en la década del '90 para la educación mia y de mis hermanos difiere en gran medida a la tomada por mis abuelos con ellos. Mis padres intentaron en un primer momento enviarnos a una escuela privada que prometía una buena educación que luego se complementaría con la universitaria, aunque no era lo que ellos prentendían que hicieramos, ya que lo dejaron a nuestra elección, en cambio al llegar a 4to grado, la escuela en que concurriamos no tenía un nivel muy alto de inglés, y eso hizo que evaluaran la posibilidad de enviarnos a otra para mejorar en esa materia, el inglés era algo que sí consideraban importantísimo en nuestra educación. Ya que para entonces comenzaban a requerirse empleados formados en lenguas extranjeras. En cambio, sucede que mis abuelos no prestaron tanta atención a la educación de mis padres, por el lado de mi madre, vivían en Misiones, en el campo y el saber más importante para ellos era el manual, sin embargo mi madre, no quiso quedarse únicamente con ello y vino a Buenos Aires a terminar la secundaria, aunque no halla seguido con estudios universitarios por diferentes situaciones en su vida. Por otro lado mi padre, que vivía aqui se formá como pudo, mi abuelo era embarcado y nunca tomó decisiones muy claras sobre la educación de él y mi tia. Y mi abuela, simplemente los envíaba al colegio por ser algo que debía hacer. Esto produjo que halla comenzado a trabajar en temprana edad, aunque no lo necesitara y dejado el colegio; para no retomarlo nunca.
ResponderEliminarMónica Liñeiro
Leg. 22958
1)Mi abuelo ingreso a los 18 años (durante la década del 50) a trabajar en el Ferrocarril. La inserción al campo laboral no dependía del nivel de estudios, sino mayormente a la herencia familiar. Es decir los hijos de los trabajadores ferrocarriles accedían a un puesto en la empresa por la historia familiar. En aquella época, para acceder a puestos administrativos y jerárquicos del Ferrocarril solo bastaba con el titulo primario. Sin embargo, ya existían las especializaciones internas que ofrecía la empresa. Mi abuelo accedió a especializarse en telegrafía, ya que eran muy pocos los telegrafistas por provincia. Así llego a ser jefe de estación por su especialización en telegrafía. A diferencia de la época de los 90 en la que tanto hombres y mujeres son por igual educados, en aquella época era el hombre el que buscaba prepararse y perfeccionarse laboralmente y la mujer quien se ocupaba de la casa. Así mi abuela solo contaba con el titulo primario (una de las únicas en su familia que lo tenia) pero no trabajaba.
ResponderEliminarEn la época de mi mama, ya existía familiarmente la creencia que debía estudiar para “construirse un mejor futuro”. La inversión en su educación fueron mayores que en mis abuelos. Ella termino el secundario, e ingreso a trabajar en la Casa de Gobierno de la Provincia de Corrientes como secretaria administrativa, mientras estudiaba, paralelamente abogacía. Si bien no eran necesarios conocimientos tecnológicos, porque aun la tecnología no estaba en auge, el titulo secundario ya era exigido (según cuenta mi mama para trabajar en un comercio era necesario el titulo de perito mercantil de la secundaria) y comenzaban a necesitar un titulo de mayor jerarquía para acceder a puestos mas importantes. Y mayor fue el capital invertido en mi educación. A fines de la década del 90 me encontraba comenzando los estudios primarios. a pesar de que la situación económica era complicada, mi familia optaba por inscribirnos en colegios privados con buenas referencias con la creencia que tendríamos una mejor instrucción que en otros y asi ventajas a futuro. Paralelamente, a los 8 años comencé a estudiar de Ingles, aunque el idioma nunca me gusto, para mi mama era fundamental para el “día de mañana tener un mejor futuro, mejor trabajo y mejor calidad de vida” (según sus palabras). Al igual que priorizar mi estudio universitario sin exigirme trabajar.
Actualmente, que estoy en el mercado laboral, reconozco que estuvo en lo correcto. Ya que para acceder a mi trabajo de camarera fue excluyente hablar en ingles, y para progresar en la escala jerárquica, hoy en día ya no basta tampoco con ese idioma.
Marianela Reinoso
1) Particularmente para mi familia la educación es un tema importante. Para mis padres educarse era y sigue siendo un punto primordial en la formación de la persona, ya sea como oportunidad en el ámbito del crecimiento laboral y social, como de evolución como individuo. Nacidos en la década del ´40, mis padres siempre sintieron la inclinación en una vocación,para la formación personal más que social, por lo que estudiar en la Universidad era el paso siguiente a la secundaria. Ambos tiene estudios Universitarios, continuado su formación durante su vida laboral. Creo que desde que tengo uso de razón la formación educativa se tomó como algo natural en mi casa y que jamás fue un punto de imposición en las decisiones personales mías. El saber siempre estuvo presente en las charlas familiares.
ResponderEliminarSi, puedo decir, con respecto a la concepción transmitida por mis padres, que en los ´90 sentí y viví un cambio progresivo en lo concerniente a lo educativo. Durante la secundaria noté un cambio en los procesos de enseñanza y las exigencias dispuestas en el curricular educativo. Egresé de la secundaría en el ´96 justo antes del año del cambio del "polimodal" que, si mal no recuerdo, estaba por realizarse el cambio en el ´97. Cuando me dispuse a saber de que se trataba, me extraño muchísimo el cambio curricular en las materias y la extensión de la escuela primaria. Las exigencias hacia el alumno eran diferentes y creo algo pobres, no se podía registrar que haya un entendimiento de la problemática educativa de esa época, la apertura económica, los cambios culturales de una generación globalizada, el descrecimiento y caída del empleo, las crisis económicas y sociales con la consecuencia de la desigualdad económica y social, etc. .
Personalmente la educación para mi es algo importante, más que nada por mi desarrollo personal de vida que como propuesta de Capital Humano, aunque no descarto por ningún motivo que cuando egresé de la secundaria haya pensado en mi crecimiento personal laboral, porque en sí creo que es algo que, también, no es inculcado por el sistema educativo presente.
María Cecilia Bruzón
Trabajo Práctico:
ResponderEliminarConigna 1:
Introducción socio-económica para entender cómo se invirtió en capital educativo.
En la década de los ´90, según estuve averiguando y parte de lo que yo recuerdo, ya que nací en el 1991, fue un periodo de inestabilidad social para los que trabajaban en industrias nacionales. Mi abuelo, tanto como mi papa, trabajaron en una industria privada con relación de dependencia, que traía todos los productos importados por ser más baratos, que los nacionales, la deflación de los precios hizo producir en un principio un gran contento en la población, por comprar el mismo producto más barato, pero luego ésto acarreo una desocupación masiva, y por consiguiente muchas personas emigraron, las fabricas naciones , que no podían competir con los precios de afuera, cerraron. Sin embargo se manufacturaban productos básicos.
Como se invirtió en capital educativo:
Una vez explicita la situación económica procedí a preguntarles cómo fue su educación y me dijieron que cuando ellos comenzaron a estudiar ,como dice Filmus la educación tenía un “efecto escalera”, uno estudiaba y ya tenía el futuro asegurado a corto y mediano plazo, con ser doctor , abogado, ya era suficiente como para vivir con una remuneración muy buena. En cambio ahora a uno le cuesta más llegar a obtener un mejor status económico, ya que hoy en día con la vertiginosidad, y limitaciones cada mes más marcadas en los trabajos, se exigen mayores requisitos (títulos terciarios, postgrados etc.) para acceder a esos mis puestos. Antes (´60) tal vez se invertía menos, es decir, con la primaria y algún curso de profesión u oficio, ya te podían insertar en el mercado laboral. La secundaria era para los que estaban un poquito mejor económicamente y podían mantener a sus hijos en la secundaria para obtener un más trabajo calificado. “La mayor parte de la juventud tenía ganas de progresar”.
En la década de los ´90 se requirió más inversión por lo tanto con solo a primaria para ese entonces no bastaba. Por consiguiente era menester un título universitario para conseguir en un trabajo mas rentable. A su vez la tecnología reemplazo muchos puesto y con su evolución contante se requiere personas mas calificadas para su utilizarlas.
De lo que yo recuerde empecé el colegio en el 1997, y mis padres eligieron una escuela cercana a casa “estatal”, donde eran exigentes y había que cumplir con las actividades. Pedian varios libros y por suerte a mí y a mis hermanos por pudieron comprar. A parte de eso invirtieron en llevaros a los 3 a ingles durante unos 4 años pero luego se fue complicando las situación económica y dejamos. Yo por otro lado hacia arabe como un deporte que lo mantuve hasta hace 2 años. A mi parecer invirtieron lo normal, ni más ni menos, porque con los planes educativos de antes que eran más completos y exigían mas a los alumnos, eso nos dio una mejor formación. Sin embargo a mi hermano(más chico que yo’94) al finalizar el colegio no fueron muy estrictos, nose si por la escuela o por otro elemento que hizo que le fuese más fácil aprobar las materias.
Paula Gonzalo.
En los tiempos de mis padres (mi madre en la actualidad tiene 70 años) la educación era valiosamente apreciada como posibilidad de ascenso social y mejora de las condiciones económicas.
ResponderEliminarMi madre, trabajaba como mucama en una clínica privada. Aconsejada por supervisores y compañeros empezó a estudiar enfermería profesional, como posibilidad de ascenso laboral. Fue una etapa dura, tanto para ella como para todo el grupo familiar, pero con el estímulo y el apoyo de todos logró obtener el Diploma. Pudo lograr el objetivo de conseguir un trabajo mejor remunerado y socialmente bien conceptuado. Fue enfermera del Departamento de Salud de una fábrica muy importante en la década del ’80 (que en la actualidad no existe) y con los años de trayectoria en ese lugar, logró jubilarse con un buen sueldo para la época.
Con ese impulso, esa valuación de la educación, de enviaron a la escuela Secundaria. En esos tiempos (años ’80) los estudios socialmente reconocidos y bien conceptuados para una mujer eran Magisterio o Perito Mercantil.
A instancias de mi padre, estudié para Perito Mercantil, además de que al finalizar los estudios, tendría posibilidad de ingresar al mercado laboral: en la oficina contable de la fábrica donde ya trabajaba mi madre.(promesa que no llegó a cumplirse). En esta época aún persistía la idea de progreso, la planificación del futuro, se estudiaba pensando en el porvenir.
Con el paso del tiempo, las crisis económicas y sociales de loa ’90, hicieron que estas previsiones, condiciones de progreso y prosperidad quedaran sólo en ilusiones pasadas.
Cuando comenzaron a cerrarse las fábricas tuve que buscar una salida laboral más sólida, un trabajo “fijo” que dependiera del Estado o de algún organismo oficial. Mis opciones fueron: Magisterio, Enfermería Profesional o Policía Federal.
Como debía trabajar para costear los estudios (mi padre había fallecido y el único sostén eral el sueldo de mi madre) la opción más positiva fue el Magisterio, podría trabajar y estudiar.
Cuando finalicé los estudios, cerró la oficina dónde trabajaba, pero, ya tenía otra perspectiva. Comencé a trabajar como maestra de grado de primaria, en las zonas más inhóspitas, pero mejor remuneradas. En principio fue una salida laboral, con el tiempo me comprometí con la tarea que asumía cada día y fui perfeccionándola.
De pronto , esto no bastó, había (y hay) muchas maestras con exuberantes puntajes, y los mejores puestos (por cercanía a mi casa, principalmente) estaban ocupados. Entonces comencé una especialización en Educación der Adultos, como medio para aumentar puntaje.
Luego de varios años de trayectoria como docente, estoy encarando ahora un Profesorado, pero en una institución superior al terciario, pues con el Magisterio ya no alcanza para acreditar saberes. Y es más, mientras curso las materias y escucho experiencias de los profesores, veo que tampoco bastará para llegar al propósito de lograr un mejor puesto laboral y menos aún para obtener autoridad pedagógica, situación que según lo expuesto, confirma la teoría del “credencialismo”.
Liliana Lucero leg.23104
Consigana N° 1
ResponderEliminarEn cuanto al capital educativo invertido en la década de los ´90, dentro de mi entorno social y familiar, yo empecé la Escuela Primaria en el año ´97 en la Escuela N° 1 Bernardino Rivadavia de Quilmes, escuela del estado, pues las posibilidades económicas de mi familia no alcanzaban para mandarme a un colegio privado, además de no considerarlo algo importante y relevante en mi formación. Luego terminé en la Escuela N° 15 de Hudson mi formación primaria.
Tras ello, comencé la Escuela Secundaria en la E.E.M. N°4 de barrio Marítimo, y todavía me acuerdo de mi mamá y las mamas de mis amigas quedándose a dormir haciendo la cola para conseguir vacantes para nosotras (cosa que en la época de estudiante secundaria de mi madre no hubiese ocurrido).
Luego de haber terminado llegó el momento de elegir qué seguir, puesto que, además de a mi interesarme y querer formarme en una carrera universitaria, para mis padres era inadmisible que no estudiara algo. Ellos siempre quisieron que yo, con las posibilidad de que me banquen económicamente la carrera, logre los que ellos no pudieron, que tenga un título, “que sea alguien” como que si el estudio me hiciera ser más nosé que. Aunque igual entiendo que mis padres jamás tendrían una mala intención en sus palabras sino que, para ellos eso era lo mejor, que estudie, tenga un buen trabajo con el que gane más dinero, pues como me decía mi mamá “hasta para limpiar una casa te piden los estudios”.
Contrariamente a mi situación fue la de mis padres (nacidos en la década del ´60 y ´70). Mi papá terminó el secundario, pero decidió trabajar en vez de estudiar. Y en el caso de mi mamá sucedió lo mismo, a diferencia que ella no terminó el secundario, pues le planteó a sus padres que quería trabajar y ellos lo aceptaron sin presentar resistencia, pues para ella lo más importante era tener dinero para progresar, y así los dos se insertaron en el mercado laboral sin acceder ninguno a un estudio terciario o universitario.
En cuanto al capital educativo invertido en la década de los ´90, dentro de mi entorno social y familiar, yo empecé la Escuela Primaria en el año ´97 en la Escuela N° 1 Bernardino Rivadavia de Quilmes, escuela del estado, pues las posibilidades económicas de mi familia no alcanzaban para mandarme a un colegio privado, además de no considerarlo algo importante y relevante en mi formación. Luego terminé en la Escuela N° 15 de Hudson mi formación primaria.
ResponderEliminarTras ello, comencé la Escuela Secundaria en la E.E.M. N°4 de barrio Marítimo, y todavía me acuerdo de mi mamá y las mamas de mis amigas quedándose a dormir haciendo la cola para conseguir vacantes para nosotras (cosa que en la época de estudiante secundaria de mi madre no hubiese ocurrido).
Luego de haber terminado llegó el momento de elegir qué seguir, puesto que, además de a mi interesarme y querer formarme en una carrera universitaria, para mis padres era inadmisible que no estudiara algo. Ellos siempre quisieron que yo, con las posibilidad de que me banquen económicamente la carrera, logre los que ellos no pudieron, que tenga un título, “que sea alguien” como que si el estudio me hiciera ser más nosé que. Aunque igual entiendo que mis padres jamás tendrían una mala intención en sus palabras sino que, para ellos eso era lo mejor, que estudie, tenga un buen trabajo con el que gane más dinero, pues como me decía mi mamá “hasta para limpiar una casa te piden los estudios”.
Contrariamente a mi situación fue la de mis padres (nacidos en la década del ´60 y ´70). Mi papá terminó el secundario, pero decidió trabajar en vez de estudiar. Y en el caso de mi mamá sucedió lo mismo, a diferencia que ella no terminó el secundario, pues le planteó a sus padres que quería trabajar y ellos lo aceptaron sin presentar resistencia, pues para ella lo más importante era tener dinero para progresar, y así los dos se insertaron en el mercado laboral sin acceder ninguno a un estudio terciario o universitario.
Lopez, Vanesa
ResponderEliminarEn cuanto al capital educativo invertido en la década de los ´90, dentro de mi entorno social y familiar, yo empecé la Escuela Primaria en el año ´97 en la Escuela N° 1 Bernardino Rivadavia de Quilmes, escuela del estado, pues las posibilidades económicas de mi familia no alcanzaban para mandarme a un colegio privado, además de no considerarlo algo importante y relevante en mi formación. Luego terminé en la Escuela N° 15 de Hudson mi formación primaria.
Tras ello, comencé la Escuela Secundaria en la E.E.M. N°4 de barrio Marítimo, y todavía me acuerdo de mi mamá y las mamas de mis amigas quedándose a dormir haciendo la cola para conseguir vacantes para nosotras (cosa que en la época de estudiante secundaria de mi madre no hubiese ocurrido).
Luego de haber terminado llegó el momento de elegir qué seguir, puesto que, además de a mi interesarme y querer formarme en una carrera universitaria, para mis padres era inadmisible que no estudiara algo. Ellos siempre quisieron que yo, con las posibilidad de que me banquen económicamente la carrera, logre los que ellos no pudieron, que tenga un título, “que sea alguien” como que si el estudio me hiciera ser más nosé que. Aunque igual entiendo que mis padres jamás tendrían una mala intención en sus palabras sino que, para ellos eso era lo mejor, que estudie, tenga un buen trabajo con el que gane más dinero, pues como me decía mi mamá “hasta para limpiar una casa te piden los estudios”.
Contrariamente a mi situación fue la de mis padres (nacidos en la década del ´60 y ´70). Mi papá terminó el secundario, pero decidió trabajar en vez de estudiar. Y en el caso de mi mamá sucedió lo mismo, a diferencia que ella no terminó el secundario, pues le planteó a sus padres que quería trabajar y ellos lo aceptaron sin presentar resistencia, pues para ella lo más importante era tener dinero para progresar, y así los dos se insertaron en el mercado laboral sin acceder ninguno a un estudio terciario o universitario.
En mi caso la educacion en la decada del ´90 dentro de mi entorno familiar yo empece haciendo jardien en caritas sonrientes que alli segun mis padres no me brindaban nada de enseñanza solo dormir y hacer lo mismo en mi casa , unos años despues sin terminar el jardin comence en la escuela primaria N°14 de ezpeleta donde mi mama y mis abuelos habian estudiado alli y ellos siempre me hicieron ver que tenia como sea terminar de estudiar ya que ellos en su epoca pudieron solo hacer hasta 7°mo grado y por eso perdieron muchas oportunidades laborales . Por tal motivo hasta el dia de hoy me ayudan mi familia manteniendome y estando a mi lado para que termine de cursar y tenga un titulo porque no quieren que segun ellos sea "un don nadie" .
ResponderEliminarAlumna Gutierrez Yesica
Leg 21749